Desde la distancia solemos observar y recordar los incendios forestales como desoladores, si bien las sensaciones no llegan a plasmar la envergadura de los efectos ocasionados por esas llamas incontroladas.
Dependiendo del terreno afectado, las potenciales pérdidas humanas y materiales superan en trascendencia a las medioambientales, dejando el cálculo de estas a las autoridades especializadas u organizaciones ecologistas. Además, habitualmente, es una estimación que requiere tiempo. Véase el caso de Australia.
Entre finales de 2019 y principios de 2020, cuando aún los focos mediáticos no atendían las evoluciones del nuevo coronavirus, en mundo miraba atónito el panorama australiano. Casi cada día se declaraba un incendio en cada rincón del país, incluso en Tasmania, dejando un conteo casi constante de valoraciones sobre el impacto económico del fuego. Una variable que, junto con el número de fallecidos, ponía contra las cuerdas al Gobierno del conservador Scott Morrison, cuasi-negacionista del calentamiento global y sus consecuencias presentes.
Hoy, gracias a distintos análisis, comprendemos y asumimos otros costes. Unos que durante los siete meses que duró la «temporada» de incendios australiana, ahora reconocida como Black Summer, eran percibidos solo por la extensión y riqueza de la flaura y flora quemada. El trauma socio-económico era también natural como se intuía y ahora se ha confirmado en un informe hecho público por WWF. Conclusiones que destacan las secuelas sobre los hábitats y la bio-diversidad australiana, aunque debería extender a escala global.
La escasa capacidad de apreciación que tenemos, en múltiples sentidos, queda demostrada en este artículo de The Conversation asociado a la consideración de las escalas, así como la restringida visión espacial que obvie unas respuestas o soluciones centradas en el exclusivo interés humano. Aunque esta es una visión de lo que nos rodea que escasea y se encarga de ajustar aún más la realidad contemporánea. Los anualizados cálculos de Munich Re sobre las «pérdidas» ocasionadas por los desastres naturales son fiel reflejo de esa nula perspectiva.
En ciertos círculos, con todo, se confía en una revisión más o menos drástica de ese enfoque que coarta la percepción. Significativamente en un momento en el que observamos como estos fenómenos naturales que extienden el fuego por doquier tienen implicaciones no solo económicas en territorios vastos de interés estratégico para la producción de muy variadas materias primas. Antes de Australia fue Canadá y hoy, aunque hace unos años también, lo es Rusia. Grandes superficies terretres con áreas climtáticas dispares ante un nuevo paradigma.
Los últimos récords de temperaturas registrados en la tundra siberiana, junto con los cada vez más importantes fuegos declarados en la taiga del extremo oriente ruso, recuerdan una oportunidad, por ejemplo, que quiere sobreponerse a dichas consencuencias climáticas del calentamiento global. Una ventaja sobre el medioambiente que hoy representa el cultivo de grano en zonas hasta la fecha poco fértiles. Recorrido hacia la explotación que es analizado por Bloomberg y que deja abiertos los interrogantes de futuro en esos super-mercados.
+info: fondaki.com