En un tiempo en el que el uso de la mascarilla se extiende, por prescripción política, a escala internacional, en Fondaki queremos recordar una función que poco tiene que ver con esas obligaciones sanitarias. En los últimos meses se ha informado sobre los variados cometidos a los que puede servir ese artículo además de la protección frente a una serie de patógenos que transitan por el aire. No resulta sorprendente, al menos no debería, que tenga muchos adeptos entre quienes tratan de proteger su identidad. Ya lo indicaban en Axios.
Resulta hoy todo un reto conectar una basta cantidad de análisis e informaciones sobre los sistemas de reconocimiento, así como de vigilancia masiva, sin vincularlos a las realidades más mundanas. Lejos de malinterpretar los efectos positivos y las oportunidades que puede servir una forma de inteligencia artificial que nos traduce y asocia, estamos en un punto en el que no solo es preciso deliberar sobre la cuestión, sino que es obligatorio enfocarlo antes de que alcance unas dimensiones que muchos mortales no alcanzaremos a entender.
Las utilidades están entrando en conflicto directo con los perjuicios, la desconfianza y/o las abrumadoras revelaciones sobre la utilización indiscriminada, siendo únicamente necesario un «Acepto» en la casilla de «Términos y Condiciones» de un servicio conectado, de nuestras características faciales, de voz o anatómicas. La publicidad direccionada de Instagram, para quién se deleite con el postureo, la influencia y ocasionalmente la información, representa solo una de las demostraciones más traumáticas para la mayoría.
Entre las batallas de gigantes con estructura de Estado o corporación privada, en muchas de las ocasiones siendo unas especies de aleaciones que se adaptan, surgen claros argumentos de índole socio-política y geo-estratégica. Huawei es actualmente, por ejemplo, la muestra de un botón de la que, casi sin previo aviso, emerge IBM. ¿IBM? Si, ese «monstruo azul» de la innovación, trasnochado, que aprovechando el actual clima de crispación en EE.UU. trata de re-orientar el debate en el que podría ser su negocio futuro con una carta pública.
Indudablemente, aunque tiene especial repercusión en el territorio estadounidense, de su lectura se pueden extraer interesantes consideraciones/advertencias/propuestas que deben llegar al escenario global. Aunque centrado en el candente «asunto racial», del que ya dimos parte a través de un reveladora denuncia en Ars Technica, el escrito de Arvind Krishna tiene dobles lecturas por doquier. Y esas interpretaciones, no dejadas al azar, alcanzan la esencial cuestión de los datos personales, sea cual sea su origen, medio de captación o transmisión.
En el marco europeo, fuerzas de seguridad mediante, tal y como anticipaba The Intercept, la controversia no está ni mucho menos encauzada. Entre las autoridades comunitarias, como resulta frecuente en su equívoca dinámica normativa y en un mundo en el que las potencias vecinas titubean más bien poco, se balancea tratando de acomodarse a todos los intereses. Era informado este extremo por EUObserver ante las incoherencias de unas instituciones y otras. Ello mientras caras, voces y esqueletos son inspeccionados con una loca creatividad.
Una materia a la que, sin lugar a dudas, retornaremos.
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