Los vehículos aéreos no tripulados, en sus diferentes tamaños, son una especie de tendencia perpetua durante los últimos años.
Las oportunidades, íntimamente relacionadas con unos desarrollos previstos en ámbitos como los de la inteligencia artificial, el desarrollo de baterías y/o la robótica, quedan enmascaradas por la aparición de otros dispositivos más disruptores. Su avance y democratización, a pesar de todo, es manifiesto y disimula más implicaciones de las que estamos deliberando.
En tierra, así como el común de los usuarios, son aparatos que ofrecen innumerables ventajas para alterar una óptica demasiado horizontal. La que nos ha guiado, por ejemplo, en el arte de la fotografía desde el siglo XIX. Hoy intuimos que esa estática perspectiva a la que estábamos habituados puede variarse con el despegue de un equipo que, para más inri, llega a ocupar menos que un zapato en una mochila. Ironías del progreso aparte, son otra representación más de los instrumentos tecnológicos de masas que hoy utilizamos sin mayor conocimiento.
Estos días nos ha resultado interesante el acercamiento al nicho de negocio que representan los drones que ha realizado un investigador de la University of Salford sobre la cada vez más dañina presión acústica que ejercen estos sobre ciertas comunidades. En una síntesis que ha publicado en el medio The Conversation, el ingeniero en cuestión observa su creciente uso y las altitudes donde operan como un que pondrá en jaque su adquisición. Una observación que coincide con otros acercamientos a la materia ligados al tráfico en los entornos urbanos.
Lejos de las pistas de aterrizaje y despegue de los aeropuertos, donde su sola presencia viene a ser considerada una especie de profanación, son varios los pronósticos que preludian una presencia cada vez mayor de los drones en las ciudades. Si bien la tipología, magnitud y el uso de los mismos podrá ser de lo más plural, en un momento en el que las edificaciones tienden a extenderse verticalmente para superar los límites de la densidad, la presencia de drones, o su solo presagio, agita sensibilidades y amenaza con deformar las normas de circulación clásicas.
No son pocas las publicaciones que le han dedicado tiempo de análisis a las repercusiones y retos que implicará una «ciudad tridimensional», como la vinieron a llamar en ArcDaily. Un enfoque en el que se plantean las barreras actuales, pero en el que se señalan igualmente las transformaciones que acerca esta tecnología de transporte aéreo. Más recientemente en el blog del World Economic Forum también atendían a los impactos y alcance que podrán tener estos vehículos.
Resulta paralela y especialmente curioso este proyecto presentando en World Architecture Community y que lleva por título The Delivery City. Una aproximación más o menos futurista a cómo, una vez resueltas, presumiblemente, la mayoría de las contradicciones, se organizará el enjambre de drones encargados de distribuir las mercancías de la sociedad que viene, más post-moderna si cabe, de consumo. Un planteamiento nada más que, con total seguridad, se enfrentará a la evolución de los desarrollos tecnológicos y legislativos que hoy nos inquietan.
Un perfecto paradigma de esto último es la última argumentación del Conseil d’État francés reclamando a la prefectura policial de París la inmediata paralización del uso de este tipo de aparatos en las protestas públicas. Reconoce la desconfianza de La Quadrature du Net sobre la legalidad de su despliegue para garantizar la «ley y el orden». Por otro lado, encontramos la reticencias del Gobierno de EE.UU. para con uno de los principales fabricantes mundiales de estos aparatos destinados al consumo de masas, DJI. Temor que explican en DroneDJ.
+info: fondaki.com