Primavera Austral

Autor: FONDAKI

En Chile se explican muchas cosas. Es uno de esos lugares del planeta en el que la geología permite, no sin ironías, interpretar sus erupciones socio-políticas. También resulta que es la ciencia perfecta para describir la riqueza económica del país. Dos declaraciones que surgen de lo más hondo para tratar de aliviar tensiones a priori incompatibles. La efervescencia del magma coincide con un calor ciudadano irritado por la desigualdad y una fe extractivista que desgasta el entorno natural. Son ingredientes minerales muy orgánicos.

El contexto nacional tiene poco de novedoso y mucho de amarguras. Una transición política descuidada, iniciada en 1994, llega a nuestros días con un descontento social que contrasta con la percepción internacional e, incluso, parte de la local. Un clamor popular que durante años ha tenido múltiples vías de escape a través de una serie de protestas temáticas que no hacían sino revelar parte de los desajustes de unos procesos de reforma inconclusos. Y justo hace un año, en el país longitudinal por excelencia, el transporte hace aflorar sensibilidades.

El «estallido» del 6 de octubre de 2019 sitúa definitivamente en el epicentro de la «rebelión» a las nuevas generaciones. Estas cogían entonces, simbólica y definitivamente, el testigo de unos familiares que llevaban grabados los silencios subsecuentes a la dictadura militar que comandó Agusto Pinochet y el esquema de Estado proporcionado por los neo-liberales de la Escuela de Chicago. Un cóctel pretérito, sellado y sin fisuras en una Carta Magna fiduciaria de las materias primas y sus réditos fiscales.

El histórico protagonismo de los agentes privados, en ámbitos tan diversos como esenciales desde una perspectiva socio-económica, ha encontrado en Chile uno de sus ideales globales más imperturbables. A pesar de los periódicos descontentos, los gobiernos han ido evitando cualquier modificación de los principios constitucionales, a pesar de ser los rectores de una inestabilidad tan latente como la actividad volcánica y sísmica que acecha al país. El intento de la ex-presidenta Michelle Bachelet era el último frustrado.

Pero la singular alineación de malestares y alicientes se hacía ya inexorable hace un año con una serie de movimientos, inicialmente inconexos, que obligaban al Gobierno conservador de Sebastián Piñera a reflexionar. La atmósfera, con unos fuertes arrebatos de violencia y la declaración del Estado de Emergencia en varias regiones del país, no hacía sino ahondar las fisuras sociales; siendo un claro exponente la organización de cuadrillas de auto-defensa. La lectura del momento, con perspectiva histórica, la ha traído la Universidad de Chile.

Efectivamente el alza en las tarifas en la red de transporte metropolitano de Santiago era la gota que colmaba un vaso muy cerca de rebosar pero en el que nunca habían confluido las ondas para provocar una revisión de los cimientos legales de un Estado exhausto. Uno en el que la «agenda social» ha sido típicamente relegada al tiempo que se tomaban otras medidas desde la esfera pública con casi el objetivo único de favorecer la viabilidad de sus industrias productivas estratégicas. La minería, con sus impactos híbridos, siendo la referencia.

Hoy, los acontecimientos, pacíficos y violentos, que siguieron a las primeras «evasiones» han alcanzado un punto cuasi-culminante, aunque procedimental, para metamorfosis nacional. La sociedad chilena encara un final de semana en el que resolverá el apoyo popular para dar inicio a un proceso constituyente. Una promesa política que tendrá matices a medida que se reconozcan los eslabones de un proyecto complejo en el que los actores sociales abogarán por mantener la coordinación ciudadana frente al orden reclamado por el Gobierno.

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