El Cambio Wallaby

Japón nuevamente. Y Australia por enésima vez. Son dos países conectados, no hay duda. La distancia entre ambos no hace de las relaciones bilaterales, y regionales, un escollo para que el tránsito de personas y mercancías continúe a pesar de la coyuntura. Con más facilidad las segundas, los gobiernos de ambas economías se están afanando ahora por reabrir esas vías de comunicación que posibilitaban la fluidez de los contactos corporativos inter-personales. Nexos estratégicos no solo en el plano industrial, también en el de seguridad y el energético.

El penúltimo asunto, el que alude a los retos en materia de defensa y soberanía, ha hallado en la iniciativa china de expansión regional un renovado espíritu de cooperación. Comunión de intereses que pronto, como ya anticipamos en Resiliencia, puede integrar a Tokyo en esa crucial red de «captación de señales» que es Five Eyes. Incorporación, como hace solo unas semanas se aludía en The Australian, que depende mucho de la influencia de Canberra.

Son unos vínculos nada despreciables ante el importante incremento de las tensiones y los juegos de influencia que se están intensificando en el área del Océano Pacífico. Pero son, a su vez, una porción de los enredos geo-económicos que les unen. En la observación de las realidades compartidas merece una reflexión cada vez más urgente la orientación que estos dos mercados están dando a sus ya tradicionales protagonismos en la esfera de los recursos naturales. Japón como gran consumidor y Australia como magno supermercado.

El reciente impulso del viejo, pero nuevo, Gobierno de Yoshihide Soga a los compromisos de Japón para alcanzar la neutralidad climática en 2050 ponen en jaque parte de la significativa estrategia australiana en el terreno de la producción de combustibles fósiles. El discurso del líder nipón, algo tibio, ante la Dieta situaba la ambición de alcanzar los objetivos propuestos, pero sin demasiadas concreciones. Unos detalles que si le están reclamando algunos de sus alíados más importantes en el gabinete, tal y como constatan en The Asahi Shimbun.

Esas presiones políticas y corporativas están doblegando parte de las resistencias que hasta la fecha han imperado en la tierra del Sol naciente. Una oposición que resulta muy similar a la que se repara en las directrices del conservador Gobierno australiano en lo que a la lucha  contra el calentamiento climático se refiere. Y un contexto en el que, precisamente, se están manifestando como indiscutibles e ineludibles las mutaciones de las políticas energéticas e industriales que se adoptan en una amplia relación de economías apegadas a la australina.

La polémica posición del ejecutivo de Scott Morrison, muchas veces censurada, para con los desafíos medioambientales enfrenta cada vez con menos argumentos estratégicos esa serie de transformaciones que diseñan sus socios comerciales más importantes en la región. A las nuevas indicaciones japonesas hay que añadir los planteamientos de China, Corea del Sur e India, aunque también los de la UE. Fronteras que durante años han tenido en la superficie continental australiana una fuente cotizada de hidrocarburos y/o carbón que ahora palidece.

Si bien los dominios australianos seguirán siendo origen de recursos naturales tan valiosos como los minerales, parte de la propuesta de valor en la que se ha basado la proyección del país hacia el exterior deberá ser revisada. Las fuerzas políticas de la oposición en Canberra y varios estados, así como inversores y corporaciones tanto foráneos como locales, a las que se suman otras organizaciones, están asumiendo dicho encuadre de reconversión industrial. Una de las lecturas más aproximada a esta tesis la ha ofrecido el The Sidney Morning Herald.

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